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Tratamiento y usos de la información en evaluación
Alejandro Tiana Ferrer |
IntroducciónDe unos años a esta parte se está extendiendo entre los administradores públicos el interés por la evaluación, siendo cada vez más quienes la consideran un valioso instrumento para la mejora cualitativa de los servicios que gestionan. Si hasta hace algún tiempo los conceptos utilizados en la administración pública procedían fundamentalmente de campos disciplinares como el derecho o la ciencia política, en los últimos años se han ido adoptando nuevas orientaciones a partir de las aportaciones realizadas por las diversas ciencias de la administración. En este nuevo contexto, la evaluación ocupa un lugar específico, proporcionando conceptos, enfoques y técnicas para la gestión de sistemas complejos, como el sanitario o el educativo. En el ámbito de la educación, la evaluación ha ocupado tradicionalmente un lugar destacado, aunque adoptando generalmente otras denominaciones (examen, calificación, certificación) y centrándose en la valoración de los aprendizajes logrados por los alumnos. Desde este punto de vista puede afirmarse que su creciente utilización no ha constituido una novedad radical para los educadores. Sin embargo, sí resultan nuevos su uso sistemático y su aplicación a otras parcelas de la realidad educativa tales como la concepción y el desarrollo del currículo, el profesorado, los centros docentes o la propia administración. Así, la evaluación se encuentra actualmente en el centro del debate educativo, tras ampliar considerablemente su perspectiva y su campo de aplicación (Tiana, 1996). Entre los símiles utilizados para referirse a las funciones que desempeña actualmente la evaluación en relación con los sistemas educativos, uno de los más extendidos y felices es el de la conducción (De Landsheere, 1994; Kogan, 1996; Michel, 1996). El uso de dicho término sugiere una imagen del funcionamiento de la administración educativa muy diferente a la que ha predominado hasta ahora. Frente a la regulación mediante normas y el control jerárquico del cumplimiento de las mismas, se pone el acento en la recepción y el tratamiento de una información actualizada, capaz de permitir intervenciones más ágiles y mejor adaptadas a la diversidad de situaciones específicas. En efecto, el conductor debe estar atento al tablero de instrumentos e indicadores para recibir e interpretar una multiplicidad de señales y reaccionar del modo más adecuado en cada situación. Del mismo modo, el administrador de un sistema complejo debe recurrir a informaciones diversas y lo más ricas posibles para orientar su acción. Entre tales instrumentos de información, la evaluación ocupa un lugar privilegiado, ya que no sólo proporciona datos descriptivos, sino también interpretaciones y juicios valorativos. El recurso a instrumentos con denominaciones tan significativas como la de indicadores no hace sino reforzar dicho símil. Pero, si la imagen de la evaluación como conducción resulta valiosa, también nos obliga a reflexionar acerca de sus implicaciones. Una de las principales tiene que ver con el tratamiento de la información recibida, con el fin de utilizarla del modo más fructífero posible. Al igual que le ocurre a quien está sentado a los mandos de cualquier móvil, el conductor de un sistema complejo está obligado a buscar y seleccionar datos relevantes entre toda la información disponible, a establecer prioridades entre ellos, a integrarlos en conjuntos significativos, a valorar las posibilidades de respuesta que se le ofrecen y finalmente a tomar decisiones y ponerlas en práctica, siguiendo ciclos sucesivos de reflexión y acción. Este modelo de actuación supone la existencia de sistemas de información suficientemente sofisticados, procedentes de diversas fuentes y capaces de combinar diferentes perspectivas, así como el desarrollo de una serie de habilidades relacionadas con el tratamiento, el uso y la interpretación de la información por parte de quienes deben utilizarla para tomar cualquier tipo de decisiones. Sin embargo, dada la novedad relativa del recurso sistemático a la evaluación en educación, aún queda mucho por hacer en ese sentido. En este como en otros campos, las ideas ingenuas siguen predominando sobre los análisis rigurosos. El propósito de este documento consiste precisamente en aportar algunas reflexiones acerca del tratamiento y los usos de la información procedente de la evaluación. En opinión de muchos autores, se trata de una cuestión tan compleja como fundamental con vistas a obtener los mejores frutos de la evaluación educativa. Entre todos los aspectos abarcados por ese tema general, se han seleccionado en esta ocasión cuatro que presentan especial interés y relevancia. En primer lugar, el documento aborda de modo general la cuestión de la utilidad de la evaluación, deteniéndose sobre todo en las distintas funciones que ésta puede desempeñar. Este primer apartado tiene un carácter fundamentalmente conceptual y reflexivo, con la intención de ofrecer un marco global en el que poder integrar los tres siguientes. Como se hace a lo largo de todo el documento, los análisis realizados están basados en la consideración de diversos tipos de actividades de evaluación, adoptando una perspectiva lo más comprensiva posible. En segundo lugar, el trabajo analiza cómo se utiliza la información procedente de la evaluación. Por una parte, considera el flujo de información como un proceso continuo, que debe ser abordado y planificado de manera global. Los momentos de diseño del proyecto de evaluación y las fases intermedias de su desarrollo son objeto de especial atención en dicho proceso. Por otra parte, estas consideraciones generales no pueden hacer olvidar la relevancia de la fase final de la evaluación, en la que la redacción del informe de síntesis cobra especial importancia. A esta cuestión se dedica un apartado específico. En tercer lugar, el documento aborda el uso comparativo de la evaluación, uno de los más interesantes y discutidos de la misma. Si bien la comparación constituye parte de la propia esencia de la evaluación, no deja de plantear problemas diversos y de gran interés. Entre ellos destaca el de las condiciones de una comparación justa, asunto estrechamente ligado al debate actual acerca de lo que se ha dado en llamar el valor añadido de la educación, asuntos a los que se dedica cierta atención. Por último, el trabajo se centra en la difusión de los resultados de la evaluación. Lejos de la idea que reduce la difusión a la entrega y eventual publicación del informe final, hoy en día se tiende a considerarla una actividad planificada, que exige la utilización de diversas estrategias y el recurso a diferentes medios de comunicación. El último epígrafe se centra precisamente en estas cuestiones. |
1. La utilidad de la evaluaciónQuizás no sea exagerado afirmar que la evaluación es una tarea cargada tanto de promesas como de eventuales frustraciones. Cuando se leen declaraciones entusiastas de algunos de sus más acérrimos defensores, uno estaría tentado de esperar de ella los más benéficos frutos. Pero cuando se tropieza con no pocos comentarios escépticos o desengañados acerca de su escaso valor práctico, duda si la realidad a que unos y otros autores se refieren es la misma. Y es que la evaluación constituye una actividad compleja y ambivalente. Por una parte, constituye uno de los modelos paradigmáticos de la acción racional humana; por otra, es una actividad sometida a un riesgo continuo de desnaturalización. Uno de los motivos principales de esa discrepancia de opiniones acerca de la utilidad real de la evaluación se encuentra precisamente en la diversidad de concepciones existentes sobre las funciones que cumple y los usos que de ella se hacen. Dicho de otro modo, las expectativas que uno deposita en la actividad evaluadora, el papel que le otorga y la perspectiva que adopta para llevar a cabo sus análisis condicionan el juicio de utilidad que finalmente emite. Por ese motivo, merece la pena comenzar este documento dedicando algún espacio a reflexionar sobre estas cuestiones, con objeto de identificar los motivos de tal discrepancia y clarificar así los elementos del debate.
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2. La utilización de la informaciónComo hemos podido apreciar en las páginas anteriores, no existe un criterio único para valorar la utilidad de la evaluación, debiendo aceptar su diversidad de usos, en función de cuáles sean sus ámbitos de aplicación y de análisis, sus propósitos concretos y las audiencias a las que afecta. Si en algunos casos podemos considerar útiles a las evaluaciones que permiten tomar decisiones más o menos directamente, en otras ocasiones lo serán si ayudan a mejorar el ambiente de una institución, a explicitar sus principales puntos fuertes y débiles o si contribuyen a objetivar el debate público sobre educación. Por ese motivo, la emisión de juicios acerca de la utilidad de una evaluación determinada basándose simplemente en la valoración de las decisiones inmediatas que ésta haya originado constituye una simplificación excesiva y es fuente de posibles distorsiones y conclusiones erróneas. Por no poner sino un simple ejemplo, hay que reconocer que la tremenda influencia ejercida en el mundo educativo por el conocido Informe Coleman, incluso más allá del marco estadounidense, desbordó ampliamente su traducción en decisiones concretas, que fueron muy pocas. La conciencia de que una evaluación puede producir efectos que sobrepasan su utilización directa en términos de toma de decisiones ha llevado a algunos autores a plantearse y estudiar la cuestión del impacto real que esta actividad es capaz de producir (Alkin, Daillak y White, 1979). Por impacto se entiende la influencia perceptible que la evaluación ejerce sobre las actividades o actitudes de individuos o grupos, lo que amplía considerablemente el concepto más estrecho de utilidad. Una de las principales implicaciones de tal ampliación es que permite distinguir entre los efectos esperados, deseados y voluntarios de una actividad evaluadora de los inesperados, no deseados e involuntarios. En efecto, no sería razonable considerar útil una evaluación solamente si alcanza sus propósitos declarados, dejando de lado otras consecuencias que haya podido producir. En el apartado anterior se citaron varios ejemplos capaces de ilustrar adecuadamente este tipo de impacto no estrictamente utilitario. Uno de ellos es el efecto que la puesta en marcha de una evaluación puede producir en las actitudes de los participantes en la experiencia sometida a examen. Sabemos bien que la evaluación de un centro o programa puede producir reacciones que oscilan entre la ansiedad y la implicación entre los profesores, alumnos y responsables del mismo; también sabemos que el inicio de ese proceso puede constituir una fuente de motivación para la mejora o generar rechazo y estimular actitudes defensivas. Todos estos efectos no pueden ser ignorados si hablamos de la utilidad de una evaluación institucional. Otro de los ejemplos citados sería el efecto simbólico que la evaluación de una realidad puede producir en favor de su legitimación. Más allá de los resultados finales del estudio, su simple puesta en marcha contribuye a forjar una imagen de racionalidad en la gestión de la institución, influyendo en su percepción social. Un caso no citado antes, pero muy interesante de analizar, es el efecto ejemplar que la aplicación de pruebas para la evaluación de un sistema educativo puede tener sobre la práctica didáctica y evaluadora de los docentes. El hecho de utilizar un determinado procedimiento, un enfoque dado y unas técnicas concretas para realizar una evaluación a la que se concede relevancia local, regional o nacional puede incitar a los profesores a adoptar procedimientos, enfoques y técnicas similares en su esfera de actuación, al margen de que sean o no los más adecuados para ese ámbito más específico. En algunos casos, el efecto es aún más evidente, como cuando se produce el fenómeno muchas veces mencionado de "enseñar para el test", que llega a desvirtuar el carácter de la propia evaluación. A la hora de llevar a cabo una evaluación es necesario prever todos estos efectos en la medida de lo posible y analizarlos cuando se produzcan, pues ello ayudará a un mejor desarrollo de la actividad. No obstante, dada su propia naturaleza inesperada y no deseada, es difícil anticiparlos completamente. Aquí no nos vamos a extender mucho más en su análisis, bastando por ahora con alertar acerca de su existencia y reconocer la necesidad de extremar la atención y la sensibilidad del evaluador para controlar el impacto no previsto de su actuación. En este apartado nos centraremos más bien en un asunto que puede y debe ser previsto, planificado y controlado por el evaluador y que consiste en el uso que las distintas audiencias realizan de la información que se les aporta a lo largo de un estudio concreto. Este propósito se desdobla en dos vertientes: por una parte, se debe estudiar el proceso continuo de información que tiene lugar en una tarea de evaluación y los usos que de la misma se hacen, aspectos sobre los que existe una cierta confusión; por otra, se ha de analizar el uso específico que tiene lugar en la última fase del proceso, caracterizada por la emisión del informe final.
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Cuadro 1 | |
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En el origen de este fenómeno de mimetismo hacia los informes de investigación se encuentra sin duda la formación recibida por muchos evaluadores y sus tradiciones de trabajo. Siendo académica y universitaria la procedencia de la mayor parte de ellos, no es extraño que recurran frecuentemente al modelo de una memoria de investigación a la hora de elaborar un informe de evaluación. Razones de formación, de hábito de trabajo, pero también de seguridad en el desarrollo de su actividad, pesan poderosamente en esta práctica. Y sin embargo, en ella se encuentra la causa de los problemas mencionados. Para evitar este riesgo, algunos autores han defendido la aplicación de un modelo diferente, en el que las necesidades de una comunicación eficaz primen sobre la demostración del dominio técnico. El Cuadro 2 recoge un esquema diferente de informe al que antes se presentaba, con una organización más original y mejor adaptada a las necesidades de quienes utilizarán los resultados de la evaluación para tomar decisiones, del tipo que éstas sean. Obviamente, cada uno de ambos modelos tiene sus ventajas e inconvenientes, que el evaluador debe sopesar cuidadosamente. Mientras que el primero es un buen modelo de informe técnico, dirigido a especialistas, el segundo resulta ser más útil para audiencias no especializadas. |
Cuadro 2 | |
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Una vez expresadas estas cautelas acerca del esquema de informe que resulta más conveniente en cada circunstancia concreta, vale la pena detenerse a analizar cuáles serían sus características más deseables. Hay que comenzar diciendo que, en éste como en otros asuntos, no existe un acuerdo absoluto acerca de cuáles sean tales características. Mientras que el consenso es generalizado en torno a ciertos extremos, también existen divergencias acerca de otros. Una primera característica del informe en que todos coinciden es en la necesidad de incluir en él toda la información que precisen sus destinatarios potenciales o reales. Ello implica realizar una tarea previa de identificación de las audiencias, que se lleva a cabo en las primeras fases de la evaluación. En el caso de la educación, es habitual encontrar diversos grupos interesados en una evaluación. Aunque pueden variar, dependiendo de cada caso concreto, las familias de los alumnos, los profesores, los equipos directivos de los centros escolares y las autoridades y administradores de la educación suelen ser destinatarios privilegiados de los informes producidos. Si bien todos ellos pueden estar implicados e interesados en la evaluación, suelen diferir sus expectativas acerca de la información que esperan recibir. Así, por ejemplo, los padres demandan una información clara y rigurosa, pero presentada en términos comprensibles y generalmente individualizada, demostrando interés en conocer con cierto detalle cuál es la situación de sus hijos, aunque sea en un contexto más amplio. Los profesores, por su parte, esperan recibir una información que les permita reflexionar acerca de su actividad profesional (sin que se perciba como una amenaza personal) y que a ser posible pueda orientarles en su trabajo cotidiano, ofreciendo suficientes garantías de rigor, con un cierto grado de elaboración técnica, pero sin sofisticación innecesaria ni abuso de la jerga profesional. Los directivos de los centros docentes requieren una información que cumpla requisitos similares a los que piden los profesores, pero no necesariamente individualizada por alumno, sino referida a las características de conjunto y los rasgos diferenciales de su institución, sin excluir posibles comparaciones internas y externas. En lo que respecta a las autoridades y administradores, demandan análisis de un mayor nivel de generalidad, pero capaz de iluminar los efectos de las políticas y las decisiones adoptadas. En resumen, como puede verse, las características y contenidos de la información demandada por las distintas audiencias coinciden sólo parcialmente. Ello ha llevado a algunos evaluadores a defender la necesidad de redactar distintos informes para sus diferentes destinatarios, cuestión debatida y sobre la que se volverá más adelante. Una segunda característica deseable estrechamente asociada a la anterior es la pertinencia y relevancia del informe. Si una evaluación se pone en marcha buscando unas respuestas lo más concretas posibles a una serie de cuestiones más o menos explícitas, es responsabilidad del evaluador abordar dichos asuntos en su informe, sin derivar hacia aspectos irrelevantes. También existe un acuerdo bastante generalizado acerca de algunas características formales que debe cumplir el informe. Así, todos los autores que se han ocupado de este asunto insisten en su brevedad y concisión. Sus destinatarios deben recibir tanta información como pueda obtenerse, pero con un grado de detalle que no sea superior al que realmente puedan utilizar. Ello implica realizar una selección razonable de datos relevantes, incluyendo en anexos aquellos otros que puedan ser de interés pero no resulten fundamentales para el análisis o que constituyan la base de tratamientos posteriores. También coinciden en la utilización de un lenguaje accesible, sin tecnicismos innecesarios ni jerga profesional pero preciso y riguroso, y de un estilo atrayente, capaz de mantener la atención y el interés de sus lectores y destinatarios. En este sentido, el formato narrativo suele resultar más motivador que otro secamente analítico. No son pocos quienes consideran que ambos estilos han de estar sabiamente mezclados. El informe debe así mismo incluir las referencias metodológicas necesarias para su correcta valoración e interpretación, aunque sin convertirlo en un documento únicamente para uso de especialistas. Por último, conviene utilizar una diversidad de recursos de comunicación. Frente al informe exclusivamente escrito, con texto corrido, la introducción de gráficos, tablas, esquemas o ilustraciones favorece su asimilación. No se trata, obviamente, de "adornarlo" innecesariamente sino de utilizar distintos instrumentos de comunicación con el fin de facilitar a sus lectores potenciales su comprensión y asimilación. No existe, sin embargo, tanto acuerdo en torno a otras características del informe de evaluación. Uno de los principales asuntos sometidos a debate es la conveniencia o no de incluir recomendaciones. Mientras que algunos evaluadores defienden la conveniencia de utilizar un esquema como el incluido en el Cuadro 2, que incluye las recomendaciones como un elemento fundamental, otros creen que esa es una tarea que corresponde a los destinatarios del informe. Para estos últimos, lo más que puede hacer el evaluador es presentar sus conclusiones, dejando a los receptores del informe la decisión acerca de cómo actuar a continuación. En esta concepción subyace una clara distinción entre conclusiones y recomendaciones. Aunque las segundas deriven de las primeras, suponen una primera toma de decisiones (o una sugerencia explícita para la misma) que desbordaría la función del evaluador. Dada la vertiente práctica de toda evaluación, que no pretende sólo conocer sino también orientar la acción, la posición más extendida consiste en aceptar la inclusión de recomendaciones o, al menos, defender un modelo de informe orientado hacia su extracción. La dificultad mayor que esto plantea es la de conseguir plantear recomendaciones razonables, apoyadas en los análisis realizados y, sobre todo, viables en la situación concreta en que han de aplicarse. Sin duda, la madurez profesional de un evaluador se demuestra en buena medida en cómo sea capaz de afrontar esta tarea. Otra cuestión sobre la que no existe acuerdo unánime, y que está en parte relacionada con la que se acaba de tratar, se refiere al carácter expositivo o interpretativo del informe. Mientras que autores como Scriven son claramente partidarios de adoptar el segundo tipo de enfoque, incluyendo explícitamente una interpretación final, otros prefieren el primer enfoque, argumentando que violenta menos la realidad y no invade el campo de decisión propio de los destinatarios. Al igual que ocurría con las recomendaciones, la posición mayoritaria es favorable a la interpretación, aunque adoptando todas las cautelas que resulten necesarias. Aun subrayando el papel central que el informe final desempeña en un proceso de evaluación, como se hacía al comienzo de este apartado, no pueden dejar de señalarse algunas de sus limitaciones. En primer lugar, hay que recordar algo que se mencionaba en páginas anteriores, en lo que nunca se insistirá bastante. Frente a la creencia bastante extendida de que un informe de evaluación debe traducirse inmediatamente en medidas concretas, sabemos que los elementos de información utilizados en un proceso de toma de decisiones son diversos y variables. Ello no implica una debilidad de la evaluación, sino tan sólo situarla en su justo lugar, sin fomentar espejismos acerca de su impacto e influencia. Como sabemos, es extremadamente raro que un informe de evaluación produzca por sí solo decisiones inmediatas y racionales; si lo consigue, será más bien a través de diversos canales de intermediación. Otra limitación importante de los informes de evaluación consiste en la dificultad de recoger rigurosamente todos los perfiles de una determinada realidad, como pretende hacer. Hasta aquí se ha venido hablando de atender a una diversidad de audiencias con expectativas y necesidades diferentes, de interpretar y valorar la realidad evaluada sin distorsionarla, de ofrecer síntesis ajustadas pero asequibles. No es fácil para un equipo de evaluación atender a todas estas exigencias, corriendo siempre un riesgo de escorarse hacia algún lado determinado. Por ese motivo, hay quien ha defendido la elaboración de informes "adversarios" por equipos diferentes y a partir de los mismos datos (Popham, 1993). Esta técnica consiste en invitar a dos equipos o personas a interpretar de manera opuesta los mismos datos, permitiendo así a los destinatarios de la evaluación alcanzar sus propias conclusiones con el mínimo condicionamiento posible. Sería algo así como trasponer la práctica eclesiástica del "abogado del diablo" al ámbito de la evaluación. La última dificultad que merece la pena destacar consiste en la dificultad de responder adecuadamente a las necesidades a veces tan diferentes de las diversas audiencias. No se trata solamente de que demanden o precisen información de diverso tipo, sino también que sus expectativas y propósitos no son necesariamente idénticos. En consecuencia, son muchos los evaluadores que siguen o defienden la costumbre de elaborar informes distintos para sus diversos destinatarios. Esta es una cuestión polémica, ya que tiene diversas implicaciones. Por una parte, la existencia de informes diferenciados puede jugar en contra de la credibilidad de la evaluación, al extender la impresión de que no se dice lo mismo a todos los grupos afectados o interesados. Incluso podría argumentarse que una práctica democrática de la evaluación exige dar a todos toda la información disponible. Por otra parte, la diversidad de informes puede facilitar una mejor adaptación a las diversas audiencias y una respuesta más adecuada a sus necesidades. Desde este punto de vista, no se trataría de esconder información a nadie sino de seleccionar la más relevante en cada caso. Incluso puede llegar a argumentarse que la difusión de informes técnicamente sofisticados entre grupos sin formación suficiente puede ser un modo de esconder los resultados, al hacerlos inasequibles. Ante la complejidad de esta cuestión, merece la pena destacar realizar varias observaciones. Desde el punto de vista de la lógica democrática de la evaluación, no hay por qué aceptar que los informes deben ser únicos, salvo que se entienda este término de manera generosa. El hecho de que existan diversos informes adaptados a las distintas audiencias no supone a priori un déficit democrático. El asunto central radica más bien en la accesibilidad de los diversos informes producidos. O sea, que si un ciudadano puede consultar un informe, aunque no sea el que se preparó específicamente para el colectivo al que pertenece, no debe hablarse de falta de transparencia. Ello supondría hacer públicos varios informes, con distinto grado de extensión, profundidad y complejidad, aunque su distribución pueda realizarse de manera diferenciada. Obviamente, el hecho de seleccionar la información incluida en cada uno de ellos no implica aceptar su distorsión. Por ese motivo, es necesario que el equipo evaluador realice los diversos informes, de modo que se eviten sesgos interesados o no. La responsabilidad única de los evaluadores en la elaboración de los distintos informes asegurará el respeto a criterios comunes. Ello no impide que en dicha tarea puedan participar otras personas (periodistas, expertos en comunicación, etc.), con el fin de adaptar el mensaje a sus destinatarios. Pero se trata de una tarea sumamente importante para dejarla en manos de otros. Por último, hay que señalar que la experiencia de muchos países avala este tipo de aproximación diversificada a la elaboración de informes. Ya se mencionó anteriormente que los operativos nacionales de evaluación de la República Argentina han producido informes de carácter general, destinados a los responsables ministeriales y a un público más general, junto a otros específicamente orientados a los profesores de las materias y los niveles evaluados. Este tipo de informe resulta de indudable interés para una audiencia muy señalada, proporcionándole elementos de reflexión para la mejora de su tarea docente. Otros países han adoptando estrategias similares, como es el caso del Sistema de Medición de la Calidad de la Educación (SIMCE) de la República de Chile, cuyos resultados se dan a conocer por diversas vías. Otro tanto podría decirse de los informes de evaluación elaborados por diversos organismos internacionales. Por ejemplo, la International Association for the Evaluation of Educational Achievement (IEA) suele elaborar en sus estudios más recientes diversos tipos de documentos: informes globales de resultados, informes detallados acerca de algunos aspectos concretos (como diferencias de género o factores explicativos de los resultados, etc.), informes técnicos y folletos de síntesis. Mientras que los primeros se destinan a las autoridades nacionales y al gran público, ofreciendo una información relevante pero sintética, el segundo y tercero van más orientados a los investigadores y especialistas, ofreciendo datos técnicamente más elaborados. El cuarto tipo de informe constituye una fuente de información amplia a públicos diversos, poco especializados y que no requieren una información exhaustiva. En resumen, podría afirmarse que la elaboración de informes diferenciados para las diversas audiencias de la evaluación presenta más ventajas que inconvenientes. Sin embargo, es necesario adoptar las cautelas necesarias para prevenir los riesgos que dicha decisión implica, sobre todo el posible déficit democrático y las eventuales manipulaciones o distorsiones que podrían producirse. |
3. La comparación en evaluaciónUno de los métodos utilizados más habitualmente en los informes de evaluación para tratar y presentar la información obtenida es el análisis comparativo. En algunos ámbitos concretos, como es el caso de la evaluación de los resultados académicos alcanzados por los alumnos o de los logros de las instituciones educativas, esta práctica se ha convertido en la predominante, bien sea empleándola de manera exclusiva o en combinación con otras. Para comprobar la veracidad de esa observación, basta la simple consulta de algunos de los informes elaborados por los organismos e instituciones citados en el epígrafe anterior. El recurso a la comparación como uno de los procedimientos habituales de análisis y tratamiento de datos en los estudios de evaluación no es fruto de una decisión caprichosa ni casual, sino que tiene que ver con la propia esencia de la tarea evaluadora. En efecto, al inicio del documento se afirmaba que evaluar consiste en emitir juicios a partir de una información recogida y tratada de forma sistemática. Pero esa emisión de juicios implica realizar una comparación con algún elemento de referencia, bien sea interno o externo. En rigor, no puede formularse una conclusión acerca del valor o mérito de una determinada realidad si no se compara con otra o con un modelo ideal previamente construido. Por eso puede afirmarse que, en última instancia, la evaluación implica la comparación.
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4. La difusión de la informaciónAntes de finalizar este documento, aún conviene detenerse a reflexionar algo más acerca de los modos y los canales a través de los cuales se difunde la información proporcionada por la evaluación. Aunque a lo largo de los apartados anteriores se hayan realizado observaciones que, de manera más o menos implícita, sostienen la importancia de dicha tarea de difusión, vale la pena subrayarla explícitamente, al tiempo que se analizan algunas de sus implicaciones. Es éste uno de esos asuntos sobre los que probablemente nunca se insistirá bastante. En efecto, frente a la idea extendida de que el evaluador termina su tarea con la emisión del informe final, hoy en día tiende cada vez más a considerarse que ese momento constituye un hito importante pero no clausura el proceso de evaluación. Por una parte, ha de asegurarse que los principales resultados de la evaluación son devueltos a las audiencias implicadas en la misma; por otra, ha de sacarse el máximo provecho de la información obtenida, con vistas a la mejora de actividad educativa. Y para ambos propósitos, la difusión constituye una pieza clave.
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Referencias bibliográficas
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